Los ganaderos ponen a los políticos frente al espejo
La proliferación normativa y burocrática ahoga a los productores de alimentos europeos
He visto estos días un estampado en una camiseta que define la palabra farming como “el arte de perder dinero mientras trabajas 400 horas al mes para alimentar a personas que creen que las quieres matar”. Una frase que explica bastante la frustración que ha empujado a productores españoles a sumarse a unas protestas que se iniciaron en Alemania, han llegado aquí y cada día se extienden por más países. De todas las reivindicaciones, la que nos afecta a todos de manera más transversal y que nos hace perder más tiempo y dinero, es sin duda, la excesiva burocracia.
Como ganaderos de vacuno, al trabajo diario de cuidar del ganado, se añade el registro individual de movimientos de cada animal, la supervisión de los crotales, la notificación del estiércol generado, su composición y destino. Tenemos entre otros, que validar vía analíticas, la potabilidad del agua, registrar todos los medicamentos y biocidas empleados, registrar productos y formulación de todo lo que entra a la granja, anotar las visitas y disponer de un vestuario con ducha y ropa desechable.
Necesitamos también un plan de higiene y de bienestar de los animales. Registrar entradas y salidas de trabajadores, prevención de riesgos laborales, y prever formación específica para todos ellos. Para estar tranquilos, hay que contratar un mínimo de cuatro seguros. Necesitamos un gestor de envases de medicamentos, un gestor de residuos y, si no tienes tierra, un gestor de deyecciones. También hace falta un gestor para elaborar la solicitud de ayudas de una Política Agraria Común (PAC) que cuentan con nuevos eco-regímenes extremadamente complicados de entender y de aplicar y, además, para más INRI, ha excluido el vacuno de carne de buena parte de estos.
Si el cliente nos lo pide, tenemos que certificar el bienestar de los animales que criamos, y en un futuro muy cercano, seguramente nos hará falta también certificar la sostenibilidad. En el proceso de compraventa tenemos que disponer del contrato de la ley de la cadena alimentaria anotando el coste de producción actualizado y próximamente, también tendremos que rellenar un documento para demostrar al cliente que nuestra actividad no deforesta. Se trata de gastos que no podemos trasladar y tenemos que asumir, y obligaciones que además van ligadas a posibles sanciones en caso de incumplimiento.
La Comisión Europea es una máquina de legislar. No para y, cada poco tiempo, se publican nuevas obligaciones ligadas al Pacto Verde Europeo. Una última propuesta contemplaría medidas como la prohibición del transporte de ganado cuando nos encontremos en 30 grados de temperatura o la imposibilidad de utilizar camiones de dos pisos para trasladar animales grandes.
Sobre el Pacto Verde, ya en su momento, diferentes informes advirtieron que llevaría a una reducción de la producción agrícola y ganadera europeas y a un aumento importante de los precios al consumidor, lo cual ya es una realidad. Sin embargo, la avalancha legislativa no se ha cuestionado hasta que los agricultores y ganaderos no hemos salido a la calle a manifestar nuestro hartazgo.
Es evidente que estamos produciendo alimentos, y la trazabilidad y la seguridad alimentaria son incuestionables. Cualquier entendido nos diría que estas mejoras sirven para valorizar el producto y obtener un mejor precio, pero no es el caso. La suma de estas exigencias nos va recortando márgenes, y la eficiencia que ganamos innovando y mejorando en el manejo y la alimentación, topa con el lastre de los trámites administrativos, que nos obligan a contratar más personal y, por lo tanto, a dimensionar la granja para ser rentables.
Los ganaderos hasta ahora hemos hecho los deberes; tenemos un sector vacuno muy competitivo y profesionalizado, que invierte al mejorar cada día en eficiencia y sostenibilidad. Ahora solo hace falta que las diferentes administraciones pongan de su parte aplicando el sentido común y nos permitan continuar suministrando proteína natural, de proximidad, sostenible y de la mejor calidad, a quien esté dispuesto a apreciar los valores de ésta última.
Por Ricard Godia, presidente de ASOPROVAC
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